jueves, 17 de noviembre de 2011

La noche del cazador, (Charles Laughton, 1955)


La noche del cazador” es la primera y última película que dirigió Charles Laughton, (1899-1962), actor inglés de cine y teatro que se nacionalizó estadounidense en 1950.
La película fue un rotundo fracaso de crítica y público lo que supuso un duro golpe para Laughton que no volvió a dirigir más películas a pesar de tener en marcha otro proyecto para una versión cinematográfica de “Los desnudos y los muertos” de Norman Mailer.
Hoy está considerada como una obra maestra del cine y se incluye, en todas las listas, entre las mejores películas de la historia del cine. Se han escrito libros enteros sobre ella, se ha estudiado incluso plano a plano y se han realizado infinidad de comentarios y críticas lo que supone que se ha dicho prácticamente todo sobre ella; se ha convertido en lo que llamamos una película de culto, de esas que los amantes del cine, entre los que me incluyo, decimos que hay que ver “de rodillas”.
Sinopsis
En la Norteamérica de la gran depresión, Ben Harper, casado con Willa y padre de dos hijos pequeños, John y Pearl, agobiado por la situación económica comete un atraco en el que mueren dos personas. Perseguido por la policía, tiene tiempo de llegar a su casa y esconder los 10.000 dólares del atraco y les hace prometer que no se lo dirán a nadie (ni siquiera a su madre) y guardarán el dinero hasta que sean mayores y lo necesiten.
Apresado y condenado a muerte, mientras espera la ejecución de la sentencia, Ben Harper comparte celda con Harry Powell, un predicador que esconde, bajo su apariencia de hombre religioso, un despiadado asesino en serie y que ha sido detenido por robar un coche.
Harry Powell oye a Ben Harper hablar en sueños sobre el dinero del atraco e intenta sonsacarle el escondite pero lo único que consigue es saber que el dinero está escondido en su casa.
Ben Harper es ajusticiado y Harry Powell, cumplida su condena, es puesto en libertad y se dirige hacia la localidad donde vive Willa y sus dos hijos.
El predicador se las ingenia para seducir a Willa y casarse con ella para conseguir el dinero y tras darse cuenta de que Willa no sabe nada del dinero y que los que conocen su paradero son los niños, mata a Willa y acosa a los dos niños para hacerse con el botín.
Una rareza entre las rarezas
La película está basada en el libro del mismo título que escribió Davis Grubb y que fue un auténtico best-seller de la época. El libro es magnífico y en él ya están recogidos muchos de los hallazgos de la película.
James Agee, escritor, guionista y crítico de cine con un extraordinario talento literario y que ganó un premio Pulitzer, escribió el guión de la película cuando su salud ya estaba muy deteriorada debido a su alcoholismo autodestructivo (moriría en agosto de 1955, antes del estreno de la película) y el manuscrito que le entregó a Laughton tenía más páginas que el libro que tenía que adaptar y estaba lleno de descripciones imposibles de filmar, monólogos interiores e indicaciones que remitían a insertos de viejos noticiarios cinematográficos por lo que Laugton tuvo que rehacerlo para que pudiera ser manejable aunque no quiso figurar en los créditos.
El tema de la película es la lucha entre el Bien y el Mal. Nada nuevo, es un tema que el cine ha tratado hasta la saciedad antes y después de esta película. Pero a diferencia de la mayoría de las películas actuales que nos presentan esa lucha entre el Bien y el Mal como si los espectadores tuviéramos algún tipo de minusvalía psíquica, “La noche del cazador” es capaz de producir una sensación de autenticidad, tanto de la encarnación del Bien como en la encarnación del Mal, y presentarla de una forma adulta envuelta como un cuento infantil. Cómo lo consigue ya es otra cuestión y nada fácil de explicar. Seguramente el resultado es fruto de una serie de factores entre los que podemos citar a los actores, el guión, la fotografía, la música, el clima, etc., es decir de la puesta en escena de la que hablaremos más adelante.
La película es, a la vez, una fábula gótica, un cuento de hadas, un cuento infantil con un ogro / lobo feroz / vampiro, que persigue a unos niños y un hada madrina que los acoge y protege, es Hansel y Gretel, Caperucita Roja, Juan sin Miedo, y tantos otros, pero también es una pesadilla expresionista; en fin una mezcla entre los terribles cuentos que nos contaban antes de dormir, cuentos sangrientos y crueles donde los monstruos, los ogros, el coco, las brujas, el Mal en definitiva nos perseguía y no podíamos esquivar por mucho que corriéramos, y una fábula onírica, un sueño infantil donde se concretan los peores temores de un niño.
También es una película que utiliza un gran número de simbolismos; sexuales como ocurre con la navaja del predicador que actúa en muchas ocasiones como un sustituto fálico, la tela de araña que aparece y los animales que aparecen en primer plano en la secuencia de la huida de los dos niños por el río, las sombras, las arquitecturas de interiores que asemejan capillas, la luz utilizada como la utilizaba Carl Theodor Dreyer, etc.
También es una película realista que retrata la América de Mark Twain, también la América de la gran depresión, del hambre, como podemos ver en la escena en que los niños piden alimento en una casa de la ribera del río y obtienen una patata que comen con fruición.
En 1955 el cine americano estaba en guerra con la televisión que muchos pensaban que acabaría con el propio cine y por tanto la industria cinematográfica intentaba luchar contra la televisión con pantallas cada vez más grandes, con el cinemascope, con el color y con películas grandes: con un gran reparto repleto de grandes estrellas, con muchos extras, con batallas épicas, con grandes escenarios, etc., y en este contexto aparece Charles Laughton con una película pequeña, en blanco y negro con unos protagonistas inusuales y una mezcla de simbolismo, expresionismo alemán, cine nórdico y realismo americano, algo completamente nuevo en Estados Unidos y que nadie entendió.
La puesta en escena
Lo primero que tenemos que aclarar es el propio concepto de “puesta en escena”. Este término lo podemos ver en multitud de escritos y críticas cinematográficas y en la mayoría de ellas se utiliza de forma indiscriminada y con acepciones que no son las que se corresponden con lo que yo entiendo por puesta en escena.
Yo creo que la puesta en escena no es otra cosa que la manera de contar un suceso que adopta un realizador. Así pues, en función de las decisiones que tome el director, la película transmitirá unos u otros valores, emociones o experiencias estéticas. No es, pues, un término que aluda exclusivamente al aspecto formal: tipo de plano, duración del mismo, encuadre o composición del plano, es mucho más. Voy a tratar de explicarlo con un ejemplo.
“La noche del cazador”, después de una introducción a lo Frank Capra con un cielo estrellado en el que aparecen unos niños y Lillian Gish hablando a los niños y recitando pasajes bíblicos, una introducción que termina con Lillian Gish leyendo: “desconfiad de los falsos profetas que se cubren con pieles de cordero pero que en su interior son fieros como lobos, por sus frutos los conoceréis”. Sobre esta lectura, el plano de Lillian Gish funde a un plano aéreo sobre un río y un paisaje rural, los planos van siendo cada vez más cortos encuadrando a unos niños que juegan al escondite al lado de una casa; en el siguiente plano uno de los niños al intentar esconderse en el sótano de la vivienda descubre algo que lo deja paralizado, al ver que no se esconde el niño que tiene que buscarlo se acerca y le pregunta: ¿Qué ocurre?, el primer niño señala hacia el interior y la cámara se acerca desde detrás de los niños para mostrarnos unas piernas de mujer en una posición antinatural que nos dice claramente que se ha cometido un asesinato, la música enfatiza el hallazgo y la cámara retrocede mientras escuchamos otra vez la voz de Lillian Gish: “un árbol bueno no puede dar malos frutos ni tampoco un árbol corrompido puede dar buenos frutos, recordad que por sus frutos los conoceréis”; mientras habla, otro fundido que nos enseña desde una perspectiva aérea que se va acercando, como la anterior, un coche que conduce una figura vestida de negro; es Harry Powell, el predicador que acaba de asesinar a su última víctima, la cámara lo coge desde un lado y asistimos a una conversación del predicador con Dios.
Se trata, pues, de presentar un asesinato de una mujer a manos de un asesino despiadado y esto mismo se puede hacer de muchas maneras distintas: podemos empezar mostrando el asesinato, las puñaladas, la sangre, los gritos, se puede hacer con la cámara en mano, con planos cortos, con montaje rápido; y después podríamos asistir a una persecución persecución policial al límite, por ejemplo. Esta puesta en escena transmitirá al espectador una serie de sensaciones y emociones completamente diferentes a las que nos transmite Laughton y acabaría siendo otra película. Un ejercicio curioso podría ser intentar adivinar cómo lo hubiera rodado Tony Scott, o Spielberg, o Scorsese o cualquier otro. El argumento hubiera sido el mismo, los hechos hubieran sido los mismos pero la película hubiera sido otra. Laughton toma unas decisiones, para presentar los hechos de una manera determinada, que están en función de lo que quiere transmitir al espectador.
Bueno, pues después de este rollo, hay que decir que la puesta en escena de la película es lo que le otorga lo que podemos llamar estilo, algo que hoy en día apenas podemos ver, y no existe porque la puesta en escena es descuidada o no está al servicio de un objetivo concreto o simplemente no hay una puesta en escena.
“La noche del cazador” es una película que tiene estilo, algo que echamos de menos en gran parte del cine actual.
Todo, en la película, tiene un objetivo, nada es casual, cada plano, cada apunte musical, cada fotografía, cada gesto, cada encuadre, todo tiene una razón de ser que podemos descubrir con facilidad. La película es una magnífica lección de cine y personalmente he aprendido más sobre el cine con esta película que con todos los estudios de sesudos teóricos del cine. Vamos a poner otro ejemplo:
La película comienza con los créditos sobre fondo negro y con unos acordes ominosos de la banda sonora de Walter Schumann del estilo Chan chan, chan chan, que una vez que aparecen los nombres de los dos principales protagonistas, Robert Mitchum y Shelley Winters seguidos del título de la película, continúa con una ¡nana!, efectivamente un coro de voces canta una nana que comienza: “Sueña, sueña mi pequeño, sueña aunque el cazador en la noche llene tu corazón infantil con temor…”, el tipo de nana que todos hemos oído: “duerme, duerme mi niño que si no el coco te comerá”, que manda narices las nanas y los cuentos que nos endosaban justo antes de dormir.
De esta manera, desde los títulos de crédito, Laughton consigue crear un determinado clima entre cuento de horror y pesadilla que no nos abandonará ya en toda la película.
El trabajo de Laughton está muy pensado, minuciosamente planificado, cada plano y contraplano tiene un sentido determinado, por ejemplo los planos-contraplanos entre los niños y el predicador son picados y contrapicados en función del que habla en cada momento y por tanto vemos al personaje que habla desde el punto de vista del otro, desde los ojos del otro.
Laughton opta por la elipsis cuando se trata de asesinatos: no vemos el primer asesinato, no vemos la muerte de Willa, ni siquiera vemos la herida del predicador cuando le dispara Rachel Cooper al final de la película. En el primer caso vemos únicamente las piernas de la víctima y en el caso de Willa el momento previo al asesinato y el maravilloso plano posterior de Willa sumergida en el río con el pelo ondulante que se confunde con las algas flotantes que la acompañan, un plano antológico.
Mención aparte merece toda la parte de la huida en barca por el río de los dos niños, una secuencia ya mítica. La barca se desliza, de noche, por el río que atraviesa un bosque, un bosque animado en el que vemos a los animales en primer plano sobre el recorrido de los dos niños que son perseguidos por tierra por el ogro. Volvemos al territorio de las pesadillas infantiles en las que aunque no dejes de correr parece que el perseguidor te va a coger de un momento a otro.
Todo esto lo filma Laughton contando con la fotografía de Stanley Cortez, un fotógrafo que había trabajado con Orson Welles en “El cuarto mandamiento” y que es capaz de aportar a la película ese aire expresionista europeo que tiene. La mezcla de fotografía realista, el uso de la luz que inició Griffith, la utilización de la fotografía expresionista alemana del mejor Murnau y el empleo metafísico de la luz en la onda de los nórdicos, sobre todo Dreyer, constituyen otro hallazgo, uno más, de la película.
Robert Mitchum
Laughton llamó a Mitchum por teléfono:
-          Bob, tenemos una historia que esperamos poder convertir en una modesta película, y me gustaría mucho hablar contigo sobre el papel principal. El personaje es algo distinto, un tipo terrible, diabólico…, una basura.
-          Presente -le respondió Mitchum-.
Robert Mitchum es uno de mis actores favoritos, debo reconocerlo, pero no creo pecar de parcialidad al decir que la interpretación que hace de Harry Powell, muy alejada de sus registros anteriores y posteriores, es una de las mejores, si no la mejor, recreación de un serial killer que se ha hecho en el cine.
Mitchum aporta a su personaje una teatralidad intencionada, un humor cínico y una presencia que nos hacen pensar que es el propio Satanás como insinúa el niño cuando, al verlo recortado sobre el horizonte nocturno y cantando una canción, dice: “este hombre no duerme nunca”; claro, ya nos decían cuando éramos niños que el diablo nunca duerme. Un demonio que lleva tatuado en ambas manos AMOR y ODIO, una imagen inolvidable y copiada en infinidad de ocasiones.
El plano de Shelley Winters (se hizo con una figura de cera), muerta y sumergida en el río se funde con el de Mitchum apoyado en un árbol y mirando la casa donde están los dos niños, esa presencia sólo la puede dar un actor como Robert Mitchum. A nadie se le ocurre hoy en día comparar a ningún actor con Robert Mitchum como tampoco se hace con Humphrey Bogart. Podemos oír eso de, fulanito es el nuevo Robert Redford, o el nuevo Cary Grant, etc., pero no hay un nuevo Robert Mitchum ni lo habrá, como no hay un nuevo Humphrey Bogart. Eran actores que tenían una presencia en pantalla tan poderosa que era imposible dejar de mirarlos cuando aparecían en el encuadre.
Mitchum aporta matices al predicador que no estaban en el guión y que no aparecen en el libro, de tal manera que lo hacen creíble siempre al borde del esperpento. En la celda dice su diálogo con Ben Harper asomando la cabeza desde la litera superior, ¡cabeza abajo! Cuando persigue a los niños en el sótano es la encarnación de Drácula o de Frankenstein, su potente voz (por favor en versión original) cantando canciones religiosas (canta muy bien) asusta casi tanto como cuando llama “Niiii...ños” o cuando grita herido.
Y ¡cómo se mueve! ¡Cómo anda!, ningún actor se mueve o anda como Robert Mitchum.
Lillian Gish
En la fase de preparación de la película Laughton llevó a Stanley Cortez al MOMA para ver todas las películas de Griffith y en estas sesiones descubrió a Lillian Gish.
La estrella del cine mudo compone una Rachel Cooper impecable, su imagen, de noche, en el porche, sentada en la mecedora con la escopeta en sus manos y al fondo el predicador en el jardín es una de las imágenes imborrables del cine.
Su papel de hada madrina protectora de los niños, de mamá ganso (sólo hay que verla andar por las calles con los niños detrás) representa el Bien que lucha contra el Mal encarnado por Mitchum.
La recepción de la película
Por lo que he ido comentando ya podéis entender que la recepción de la película fue un desastre. Los distribuidores no sabían qué hacer con una película de estas características y no la quisieron, el público no la entendió y los críticos norteamericanos no supieron ver la obra maestra que se les presentaba.
Se trata de uno más de muchos errores que la crítica ha cometido con algunas películas. En Estados Unidos fueron implacables y sólo en Europa, algunos críticos, sobre todo un François Truffaut de apenas 24 años intuyó que lo que estaba viendo era algo nuevo, algo hermoso, una obra de arte, y aunque dijo que le molestaba la “ñoñez” de la parte final supo ver sus méritos y en la revista Arts, en 1956 dice que la película es un ejemplo de un cine de búsqueda que realmente busca, de un cine de hallazgos que halla. Una vez más, el clarividente Truffaut, uno de los más pleclaros críticos que haya existido, da de lleno en el clavo, Laughton innova, busca y halla y nos regala una obra maestra que vista hoy en día, 56 años después, no ha perdido ni pizca de su atractivo y tiene el poder de seducción intacto.
"La noche del cazador" es, seguramente, la película que mejor define como arte al cine. Se ha escrito mucho sobre si el cine es arte o industria u otra cosa, si alguien quiere confirmar que el cine es un arte sólo tiene que coger un fotograma de esta película, cualquier fotograma, y colgarlo como si fuese un cuadro, en la pared. Cualquiera de las imágenes que os pongo vale.

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