miércoles, 2 de diciembre de 2015

El espíritu de la colmena, (Víctor Erice, 1973)

Esto no es una crítica
En la mayor parte de la crítica cinematográfica encontramos más información sobre el autor de la misma, y muchas veces sobre el tamaño de su ego, que sobre la película que se analiza.
No estoy en contra de este tipo de enfoque, (que es más opinión que análisis), pero tenemos que ser conscientes de que, por este camino, volvemos al siglo XIX, cuando la valoración de las obras de arte se hacía en función del “gusto” del crítico y por tanto se daba por sentado que los críticos eran personas con un gusto más desarrollado, exquisito, o que el público no tenía un gusto propio y había que “guiarlo” para que fuera capaz de apreciar los complejos cánones que regían la valoración de las obras de arte.
Por mi parte siempre intento incluir en mis escritos más elementos de análisis que de opinión pero, hoy es distinto ya que…, “esto no es una crítica”.
Todas las semanas procuro revisar alguna de las grandes películas que nos ha dado el cine y cada cierto tiempo vuelvo a aquellas que considero que son la medida de todas. Aquellas que me sirven para calibrar el sentido cinematográfico, si es que algo así existe, películas-diapasón que son puro cine y por tanto todas las demás se miden teniéndolas como referencia.
Hago esto para no perder la perspectiva con respecto a las películas que se van estrenando de tal manera que películas mediocres me acaban pareciendo excelentes, seguramente, debido a que las 20 anteriores que he visto eran muy malas.
Una de las películas a las que recurro más a menudo es “El espíritu de la colmena” (1973). Dirigida por Víctor Erice, coescrita con Ángel Fernández Santos, con la maravillosa fotografía de Luis Cuadrado y protagonizada de forma mágica por Ana Torrent cuando tenía siete años.
Víctor Erice ha dirigido, en cuarenta y dos años, algún “sketch” una película y media (la media película es “El sur”), y un documental (“El sol del membrillo”). Todas ellas, obras maestras. Víctor Erice es la perfecta definición de un genio.
Sobre “El espíritu de la colmena” se ha escrito y dicho todo lo que hay que decir. Se han hecho estudios universitarios, desmenuzado cada escena y cada plano, se han escrito libros, se han desarrollado teorías sobre su simbolismo o sobre su meta-texto. Se ha analizado desde el punto de vista de la filosofía, la sociología, la política, la semiótica, las bellas artes y, desde luego, la teoría cinematográfica.
No voy a intentar aportar algo nuevo. Por una vez, permítame el lector que, simplemente, exprese mi sentimiento de admiración por una película que supuso para mí un antes y un después en mi manera de ver el cine.
«… Dice Víctor Erice que el mejor cine que ha filmado está encerrado en unos pocos segundos, los de una toma, luego dividida en dos planos por el montaje. Es aquella que atrapa en vivo la reacción espontánea de la niña Ana Torrent cuando contempló por primera vez la escena del “Frankenstein”·de James Whale que desencadena la fábula del filme. Es un primer plano no previsto en la escritura del guion ni más tarde provocado o sugerido por la preparación de la filmación. […] La cámara se topó de bruces con algo que no esperaba, una de las más puras erupciones del milagro del asombro de que hay noticia, la que expulsó, con la elocuencia de sus ojos enormes absortos y boquiabiertos, de su turbación ante lo que veía en la pantalla la niña Ana. […]Luis Cuadrado disparó la cámara y atrapó al vuelo uno de los más hermosos instantes del cine, hecho con un brote de realidad robada a la vida.» (Ángel Fernández Santos; El País, Agosto de 1983).
Hay más verdad y más cine en ese plano de Ana que en todas las películas que he visto antes y después.
Hay películas que le dan la razón a Baudelaire y su opinión sobre la crítica: “Para ser justa, es decir, para tener su razón de ser, la crítica debe ser parcial, apasionada, política; esto es: debe adoptar un punto de vista exclusivo, pero un punto de vista exclusivo que abra al máximo los horizontes” (Charles Baudelaire, Salones de 1846).

Soy consciente de la contradicción entre lo que dije al principio y lo que pensaba Baudelaire pero claro…, “esto no es una crítica”…, es una declaración de amor.

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