lunes, 21 de noviembre de 2011

Melancolía, (Lars von Trier, 2011)


Lars von Trier, el niño mimado de la crítica y de los festivales de cine europeos, galardonado en Cannes hasta en tres ocasiones por: “Rompiendo las olas”, “Bailando en la oscuridad” y “Europa”, fue declarado “persona non grata” en el último festival de Cannes y expulsado del mismo, a causa de unos comentarios de sesgo pro-nazi, realizados en rueda de prensa.
Aludo a este episodio porque tiene que ver con algo que comentaré sobre la última película de este cineasta polémico, su aclamada y denostada al mismo tiempo, “Melancolía”.
Voy a decir ya, de entrada, que “Melancolía” me parece una gran película y lo que me irrita es que podría haber sido una obra maestra y no lo es.
El tema
Ya he comentado en otras entradas del blog que lo primero que me pregunto al ver una película es: ¿Cuál es el tema? A veces está claro, a veces no. Cuando no está claro, sospecho.
Se han escrito muchas tonterías sobre el tema de la película. Muchas de estas tonterías se han escrito por pretender ir más allá de lo que vemos, por un afán de ser más listo o parecer más informado o aparentar que se está en posesión de claves que los simples mortales no tenemos. Se habla de que el tema son las relaciones establecidas, entre un grupo de personas en los últimos momentos de su vida, amenazados por la destrucción del planeta debido a una colisión con otro planeta, como una especie de alegoría de las relaciones humanas; se dice que el tema es el fin del mundo; el egoísmo del ser humano; la banalidad de la sociedad moderna, en fin, cada uno la suelta como le viene y se queda tan a gusto.
En realidad el tema es la melancolía. Si así de fácil, Lars von Trier nos da el tema en el título, no hay que buscar más.
La melancolía es un estado de ánimo que se conoce desde la antigüedad y que Hipócrates reconoce como enfermedad en el siglo IV a. C., Hipócrates la define de la siguiente manera: “Si el miedo y la tristeza se prolongan, es melancolía”. Hoy en día le llamamos depresión. Me gusta más melancolía.
Si alguien tiene alguna duda de que la melancolía es el tema, basta con ver la imagen con que se abre la película, el rostro de Kirsten Dunst, en primer plano, con los ojos caídos, la mirada perdida, la tez macilenta y el pelo descuidado mientras caen del cielo pájaros muertos y comienza a sonar la obertura de "Tristán e Isolda" de Richard Wagner.

Una obra maestra de ocho minutos
La película empieza con una obertura, como en las óperas, y como en las óperas, esta obertura nos anticipa, con ligeras variaciones, todo lo que vamos a ver en las siguientes dos horas.
Durante ocho minutos asistimos a una danza de imágenes, a cámara super lenta, que desfilan por la pantalla al ritmo de la obertura de Tristan e Isolda, de Wagner. La perfecta conjunción de esa música en concreto con las poderosas y bellísimas imágenes consigue situar emocionalmente al espectador en el lugar que pretende el realizador.
En esta obertura, el director, toma como referencias, entre otras, la pintura flamenca (de hecho una de las primeras imágenes es la pintura “Cazadores en la nieve” de Pieter Bruegel), la pintura de los prerrafaelitas, (muy obvia la referencia a la Ofelia de John Everett Millais), y la música de Wagner. Todos estos motivos volverán a puntear la película en diferentes momentos haciendo que el espectador conecte estas puntuaciones temáticas con el inicio y por tanto con el mensaje de la cinta: la melancolía, en forma de planeta, se apodera de nuestras vidas. Este tipo de evocaciones  que el guión hace volviendo a la obertura las podemos ver cuando Justine cambia los libros que muestran ilustraciones de pinturas por otros que se adecúan mucho mejor a su estado de ánimo o los punteos musicales que tachonan todo el metraje, las imágenes de Justine huyendo de la boda una y otra vez pero volviendo después, o sus familiares y amigos presionándola para que sea feliz y de paso no sean incomodados por su malestar. Este tipo de estructura narrativa demuestra una inteligencia extraordinaria por parte del autor que sabe aprovechar un aspecto de la ópera poco utilizado en el cine.
Esta obertura es capaz de transmitir el sentimiento de la melancolía con una fuerza que pocas veces hemos visto en cine. El que haya tenido su dosis de melancolía, en algún momento de su vida, sabrá de lo que estoy hablando: la sensación de que avanzas a cámara lenta mientras tus pies se hunden en el suelo, la sensación de que no puedes correr porque hay fuerzas oscuras que tiran de ti, la irritación que sientes porque todo el mundo, a tu alrededor, te dice que tienes la obligación de ser feliz, la sensación de que el tiempo no avanza, las imágenes oscuras del caballo cayendo desplomado y sobre todo la melancolía que se acerca y te abraza, te cubre, que lo envuelve todo, que lo torna todo en negrura y que explota sobre ti, exactamente como hace el planeta del mismo nombre en la película. Todo eso, y más, transmite la película, en apenas ocho minutos.
La obertura es una obra maestra por sí sola. Sólo por la obertura y el final merece la pena la película.
Os pongo el clip de la obertura al final del post.
Me duele Lars von Trier
Lars von Trier es un cineasta que me produce una gran irritación pero por diferentes motivos que Terrence Malick.
Estoy convencido de que el director danés es un narcisista presuntuoso siempre preocupado por demostrar su genialidad en cada película, en cada plano, y, en cada declaración, entrevista o rueda de prensa, y éste es uno de los motivos por los que todavía no ha hecho una obra maestra y por lo que ahora es “persona non grata” en Cannes.
Necesita una buena dosis de humildad. Yo le recomendaría que se olvidase una temporada de Orson Welles, Dreyer y Andrei Tarskovsky que, según dice, son sus inspiraciones, y revisara la obra de John Ford y Howard Hawks maestros de la llamada “puesta en escena invisible”, aquélla en que la cámara no se nota, donde las cosas pasan delante de la cámara que únicamente las recoge desde el mejor sitio posible, porque una de las cosas que no soporto de Lars von Trier es el trajín que se lleva con la cámara en mano. Una cámara que tiembla, se mueve sin ningún tipo de pudor, una cámara que corrige los planos, hace correcciones sobre las correcciones de los planos y termina siendo tan molesta que acaba uno queriendo apartar la vista de la pantalla para descansar. Y os prometo que no consigo ver ninguna ventaja en este tipo de puesta en escena. Entiendo que la intención es que veamos a los personajes como si el espectador fuese un invitado más y por lo tanto la cámara son sus ojos, y efectivamente cuando miramos pasamos de un plano a otro, corregimos, etc., pero lo que olvida Lars von Trier es que cuando hacemos eso en la vida real, el cerebro guía nuestra mirada por decisión propia o por estímulos exteriores, el director parece olvidar que no siempre funciona este tipo de punto de vista. Si lo que pretende es que seamos partícipes de las situaciones hay otro tipo de puesta en escena que también lo consigue y con más elegancia y eficacia, como por ejemplo cuando John Ford rueda una cena en familia, o un baile de oficiales, creemos que estamos allí precisamente porque la cámara no se mueve y por tanto no muestra el artificio como ocurre aquí. Las escenas de la boda que podrían haber sido una maravilla, acaban irritando y lo que es peor te sacan de la película todo el rato, se requiere un esfuerzo, y no pequeño, por parte del espectador para seguir prestando atención a lo que ocurre.
El día que Lars von Trier deje de ser el protagonista de sus películas, su extraordinario talento nos dará una obra maestra del cine. Ojalá sea así, que así sea.
Los personajes
Los personajes de la película están caracterizados de manera excelente, con muy poca información tenemos claro que la madre es una señora amargada y resentida con todos y con el mundo, que el jefe es un egoísta odioso, sabemos cómo es el padre, cómo es Claire y por supuesto cómo es Justine, en fin, incluso sabemos cómo es ese magnífico organizador de la boda que interpreta de forma impecable Udo Kier. Todos ellos son presentados en el transcurso de la boda, de forma admirable.
Ahora bien, si hay alguien que destaca en esta galería de personajes es Justine. Lars von Trier escribió el guión de la película pensando en Penélope Cruz que estaba de acuerdo en hacer la película. Después, por un problema de fechas con “Piratas del Caribe 4”, Penélope dejó el proyecto. Un grave error de los muchos que ha cometido la actriz española al elegir las películas en que interviene. Si fue un consejo de su representante debería despedirlo y si fue cosa suya, debería hacer caso a su representante.
Sea como sea, el papel recae en Kirsten Dunst que está magnífica y fue premiada en Cannes. Su representación de la depresión, incluso de la desesperación es extraordinaria, y debo confesar que inesperada. Cualquiera que vea la escena en que Claire intenta que Justine tome un baño o esa otra maravillosa junto al río dejándose envolver por la melancolía o navegando por ella como la Ofelia de John Everett Millais, se dará cuenta de la valentía de la actriz para afrontar un personaje muy difícil, con una cantidad abrumadora de primeros planos que sostiene a la perfección y con una representación de las emociones muy sutil. La actriz es capaz de transmitirnos el tedio, la desesperación, la depresión más absoluta, el hastío más existencial y sobre todo la melancolía más extrema con una verosimilitud que no tengo claro que hubiera logrado Penélope Cruz.
Para terminar, es de justicia reconocer que todos los actores y actrices están maravillosos desde el sorprendente Kiefer Sutherland o la estupenda Charlotte Gainsbourg, hasta el magnífico John Hurt y la sensacional Charlotte Rampling; todos ellos dotan a sus personajes de una piel que no es un estereotipo, una presencia que es verdadera y que los espectadores agradecemos, en algún pequeño respiro que el mareo de la maldita cámara en mano nos permite.

1 comentario:

  1. Ya tengo ganas de verla! Entonces te diré qué me ha parecido, Lars Von Trier me da un poquico de miedo.

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