miércoles, 30 de septiembre de 2015

Mandarinas, (Zaza Urushadze, 2013)

Con “Mandarinas”, (Zaza Urushadze, 2013), Estonia consiguió su primera nominación al Oscar en el apartado de “Película de habla no inglesa”. También estuvo nominada, en el mismo apartado, a los Globos de Oro. El Oscar se lo llevó “Ida” y el Globo de Oro “Leviatán”.
Ivo es un anciano estonio que emigró a Georgia y se estableció en la provincia de Abjasia. Es carpintero y vive en una casa situada en medio de un bosque. Como vecinos tiene a otros compatriotas emigrados como él. En 1992 la provincia de Abjasia se declara independiente y estalla la guerra con Georgia. Los emigrantes estonios, deciden regresar a su país de origen.
Uno de los vecinos de Ivo, Margus se queda ya que quiere recoger la cosecha de mandarinas antes de partir hacia Estonia. Ivo se queda para ayudarle, aunque sus verdaderos motivos no los sabremos hasta el final. En este contexto, se produce un enfrentamiento, en las cercanías de su casa, en el que mueren varios soldados y sólo sobreviven; un mercenario checheno musulmán que lucha con los independentistas abjasos y un georgiano cristiano que lucha con Georgia. Ivo acoge a ambos en su casa mientras se recuperan de sus heridas.
“Mandarinas” es una especie de sinécdoque cinematográfica de la guerra, de cualquier guerra, una síntesis representada con dos casas, un cobertizo-carpintería, un bosque, las mandarinas y cuatro personajes.
Con estos elementos, Zaza Urushadze, realiza un emotivo alegato anti-belicista enfrentando a sus personajes, y con ellos al espectador, a la verdadera naturaleza de la guerra: el absurdo.
La película recupera el placer de contar una historia como la hubiera contado Hemingway, con hechos y diálogos nítidos, omitiendo todo lo superfluo, como en una crónica periodística, de forma sencilla y lineal, algo cada vez más raro en el cine moderno, más preocupado por ser original o sorprender que por contar lo que se quiere contar de la mejor manera posible.
La cinta destila verosimilitud; la casa, las habitaciones, cómo están amuebladas, el fuego…, todo es verdad nada parece decorado. Este realismo se refuerza porque se toma su tiempo para que veamos los gestos y las acciones cotidianas de sus protagonistas; Ivo sacudiéndose el serrín antes de entrar en la casa, lavándose las manos, cocinando o preparando el té, cortando leña, serrando la madera. Vemos el vaho al respirar, cómo enciende un cigarrillo, como sorbe la sopa o engulle el pan y el queso, y en fin…, cada acción y cada gesto es un fragmento de autenticidad, de tal manera que creemos que Ivo es un carpintero estonio emigrado, Ahmed un mercenario checheno, Niko un miliciano georgiano, Margus un agricultor preocupado por su cosecha de mandarinas y así todos, hasta el último extra sin frase.
El director presta especial atención al encuadre. Puertas y ventanas enmarcan a los personajes y les proporcionan luz natural, en muchos casos lateral, que ayuda a dibujar los rostros y a intuir lo que hay debajo de cada arruga y de cada mirada.
La preciosa fotografía tanto de interiores como de exteriores, en el primer caso centrada en los rostros y en el segundo aprovechando la paleta de verdes y marrones que ofrece el entorno y que se rompe con el naranja de las mandarinas está también en el rango de realismo que requiere la película.
La banda sonora acompaña la narración y es de una belleza serena que estalla con la emotividad del final de la película, final al que asistimos con los ojos empañados.
La película trasmite sobriedad, claridad, sinceridad, honestidad, empatía y credibilidad. No hay muchas películas de las que se pueda decir lo mismo.
Desgraciadamente, como decía Roger Ebert en una de sus críticas: “…que la película no haya sido más exitosa es una acusación a la impaciencia del público actual, que prefiere ser asaltado y no seducido.”

“Mandarinas” es la dimensión humana de la guerra en contraposición con las películas que hacen de la guerra un espectáculo. Cuando Ivo, Magnus y Juhan, (el médico), empujan la furgoneta de los milicianos georgianos por un barraco, Juhan dice: “Pensé que iba a explotar”, a lo que Magnus contesta: “Estallan en el cine”, y, lacónico, Ivo sentencia: “El cine es un gran engaño”.

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